Ha sido tema corriente en las mesas familiares, y por qué no también en reuniones con amigos, la importancia de los sentidos. Sentir las texturas y los abrazos, oler el riquísimo perfume que nos acabamos de comprar o las increíbles pastas que están cocinando nuestros abuelos, probar y saborear con un placer enorme la famosa “calentita”, disfrutar del atardecer después de un día agitado y escuchar buena música en el proceso.
Todos han obtenido su respectivo título en esta obra titulada “vida”. Sin embargo, resultan aspectos tan cotidianos de la vida que siquiera le dedicamos un segundo a comprender la importancia de cada uno. Sentimos pena cuando uno no lo tiene, pero no nos sentimos afortunados al día siguiente por tenerlos: se volvió algo rutinario, ¿No?
Resulta que Gibraltar es uno de ellos, hay un sentido que tiene… pero no le está “sacando todo el jugo” como diríamos en Argentina, no lo está aprovechando al máximo. Se han escrito mares de tinta con puño y letra sosteniendo fervientemente que la lectura es lo único que puede trasladarte, un espacio donde quedamos a merced del escritor: quien nos guía por un sendero al cual nosotros nos entregamos con el paso de las páginas.
¿Tan cerrada la teoría? ¿Qué me dicen de la radio? El oído es sin dudas nuestra fiel grabadora de anécdotas, y ni les cuento escuchar a tu equipo por este medio, completamente diferente al encuentro televisado. “Ver para creer”, dicen. Y créanme cuando les digo que la radio se vuelve nuestros ojos en la oscuridad.
Un relato con ritmo sin igual, pausas que escasean y un silencio inexistente. Comentarios por demás descriptivos que incursionan en la más formidable literatura, jerga futbolera e interacción con todo a su alrededor. Quienes lleven adelante la transmisión serán nuestros ojos y oídos dentro del verde césped. Sabrán cuándo acelerar como el lateral por la banda, cuándo ser más cautelosos como el 5 en la salida ante la presión rival, cómo controlar los tiempos y a la vez darle el espacio a los de campo como acostumbra el talentoso 10, picante y certero como el 9… y eufórico como el arquero en cada vez que la pelota conecte con la red y toque gritarlo como si fuese el último.
En otras palabras, se podría decir que confiamos ciegamente en quienes nos empujan por un tobogán de emociones ¿A qué me refiero? Dentro de los 90 minutos reglamentarios te endulzan los oídos con cada ataque propio y luego en la contra rival deberían pagarnos las sesiones con el cardiólogo… un reflejo de lo que sentimos por el fútbol: pasional como el deporte en sí.
Sería una lástima que Gibraltar pierda esta sensación por más tiempo. Un cuadradito que a base de pilas (y ahora con el gran avance tecnológico desde el celular también) te aporta mucho más que la televisión. La radio tiene la habilidad de generar conciencia en el mayor número de personas en el menor tiempo posible, rompe moldes y crea referencias para estar ahí sin estarlo verdaderamente.
Muchos me aseguraban que la radio ya quedó obsoleta, que era algo que usaban nuestros abuelos. Pero qué equivocados están por favor. Da lugar a que la mente juegue con nosotros, a recibir pantallazos, simples fotografías editadas con nuestras experiencias previas y con cierto movimiento provocado por aquel relator de voz clara y gran dicción. Pero uno no lo entiende hasta darle la oportunidad. Simplemente hay que escuchar lo que tienen para decir. Porque podría ser que así como el fútbol, la vida sin radio, sea una vida sin sentido.